Ví sus rostros, el dolor y el miedo estaban dibujados en ellos. Quiza se sabían condenados.
Pasaron a toda velocidad, como un relámpago, sin embargo, sus rostros parecían viajar en cámara lenta. Dieciocho años el de adelante, playera roja, piel blanca, bigote y barbas incipientes, la muerte afocada en la vista, encarrilado a un destino último inevitable y absolutamente doloroso. Véinte o veinticinco años el de atrás, camisa azúl, piel morena clara, cara regordeta, rasurado, aferrado con el brazo derecho al abdómen de su compañero y el dolor intenso marcando su cara.
En busca de un taller dí vuelta sobre la avenida, buscando una vulcanizadora para que instalaran los tapones sobre los rines del auto. En la primer calle estaba un establecimiento, pero era evidente que tenían mucho trabajo, y yo con mi eterna prisa; seguí y treinta metros adelante estaba otro taller, con dos operarios sentados sobre una llantas viejas. Estacioné el auto y uno de ellos se acercó por la ventana del copiloto en actitud inquiriente, le dije concretamente lo que necesitaba y aceptó, abrí la portezuela y bajé del auto, caminé y dí un par de pasos en dirección de la cajuela. Un estruendo me hizo levantar la vista al tiempo que daba un par de pasos más, súbitamente descubrí un bólido que velózmente se acercaba, pasó junto a mis pies y se impactó contra la llanta delantera del auto, solo para sacudirse la mitad de su fatal carga y continuar su mortal trayecto por mas de 100 metros más. Dónde silencioso, finalmente se detuvo.
Volteé en dirección del estruendo y trate de afocar la mirada para identificar la causa, al tiempo que daba un paso, identifiqué una motocicleta que derrapaba a gran velocidad en dirección mía, descubrí el rostro angustiado del conductor e inmediatamente atrás el de su compañero, con el dolor reflejado en el rostro.
Los ví estrellarse contra la rueda delantera de mi auto. Impacto que sacudió y eyectó al de atrás, rebotando y quedando bocarriba sobre el pavimento, en tanto motocicleta y conductor continuaban dando tumbos por una distancia de más de 100 metros, hasta que humano y máquina quedaron tendidos, maltrechos ambos, sobre el pavimento.
Les había detenido la señal roja del semáforo, según recontruyen la historia los eternos mirones, impacientes esperaban el siga para continuar su marcha.
Cruzaron algúnas palabras entre ellos, algunos transeúntes y automovilístas volteaban a mirarlos por esa llamativa combinacion de fortaleza y elegancia de la motocicleta BMW, de modelo reciente. Blanca con líneas azules y amarillas. Envanecidos o quizá agradecidos, personalmente creo que víctimas de la testosterona, realizaron callejeramente la acrobacia conocida como el protro de hierro, arrancaron a toda velocidad, levantaron el manubrio, y avanzaron unos metros sobre una sola rueda, la llanta delantera cayó de lado, la motocicleta derrapó e inició una descontrolada carrera, desplazándose con todo y ocupantes por una distancia de casi dosciento metros, Distancia en las que el pavimento arrancó trozos de piel, vello y músculo. Ni la llanta del automóvil detuvo el trayecto, el impacto solamente modificó la dirección y la sacudida lanzó al acompañante fuera de la moto.
Ví el dolor reflejado en el rostro del pasajero, en el asiento de atrás, vestía camisa azul, nuestras miradas coincidieron por un instante, lo seguí con la vista y ví la forma en la que fue expulsado de la moto, como consecuencia del impacto contra la llanta del automóvil.
El cuerpo, ante el impacto realizó una serie de movimientos insólitos, antes de detenerse completamente a media calle, tendido, embarrado contra el pavimento, bocarriba, con los brazos abiertos, como crucificado a una cruz de pavimento. Inmediatamente, al quedar estático, la sangre brotó por las comisuras de los labios, por la naríz, empañándole tambien los ojos, congelando su mirada última. La muerte había poseído ese cuerpo, convirtíendolo en inanimada mortaja. El conductor quedo en forma semejante como cien metros adelante.
La llanta del automóvil quedo inservible, el impacto la reventó.
El llantero se negó en un principio a reemplazar el neumático, ¿Pero señor, si ahi quedo el muertito?
Debí convercerlo de hacer el trabajo, el otro trabajo, le dije, ya lo esta haciendo la policia y pronto vendría algúna unidad a llevarse los cuerpos. Minutos más tarde, después de llamarla, llegó mi mujer al sitio, quiza deba decir con mayor exactitud que llegó a mi rescate. La impresión me impedía conducir el automóvil, afortunado humano que soy, llegó con la ayuda que proporciona el abrazo y la caricia.
¿Por que me impresionó tanto el accidente? Quizá por los comentarios de Rick, el mayor de mis hijos, 18 años, como el conductor fatal, que en fechas últimas ha sugerido insistentemente en una motocicleta para transportarse. Quiza también se deba a que esa tarde, la del accidente, al llegar a casa e intentar ponerme cómodo, me quité los zapatos y descubri que el correspondiente al pie derecho presentaba unas cortaduras en la parte superior, unas líneas exactas, paralelas, que seguramente hizo alguna parte de la motocicleta al pasar junto a mi.
Me aterra el pensar que pudo igualmente cortarme las piernas. He querido olvidar esas imagenes que continuamente, quiza incidentalmente me repite la memoria, pero hoy domimgo, sobre la avenida Río Churubusco casi frente a cinemark, otro motociclista se lastimó (quiza murió) al salirse de la avenida y chocar contra las protecciones , para finalmente terminar tirado varios metros adelante y la moto destruida.