Recién habíamos entrado a la recámara, automáticamente encendí el televisor; en un canal importado exhibían el "Club de la Pelea", mi mujer inició el ritual demaquillante y comencé por botarme los zapatos. La agujeta derecha estaba anudada fuertemente, yo intenté varias ocasiones deshacer el nudo; lo hacía a ciegas, ya que la mirada estaba fija en el televisor, recordando la trama de la película. Unos gritos se mezclaron en el ambiente, tardé un instante en darme cuenta que no pertenecían a los sonidos emanados por el televisor, puse atención y noté que tampoco provenían de nuestra casa.
Suspiré aliviado, en ése instante Monik volvió del baño, dispuesta para dormir; ella también notó los gritos, que en ocasiones parecían reclamar y entras parecían lamentar o sufrir por algo. La atención nos llevó a concluir que provenían del edificio que esta junto a casa. Un estruendo seguido de un grito más agudo y potente que los anteriores me obligó a salir y correr a la edificación contigua. El portón exterior estaba abierto, crucé al zaguán e inmediatamente identifique el departamento de dónde provenían los gritos, ahora quejidos y lamentaciones.
Toqué a la puerta y me abrió Sarita, una niña de no más de ocho años, con el rostro cubierto de lágrimas. Sin preguntar que le sucedía me adentré al departamento, al cruzar el umbral sentí que ingresaba a la dimensión desconocida. La madre de Sarita yacía en el piso, resarciéndose de dolor. En el quicio de la entrada a otra habitación, el padre de la niña se tambaleaba furibundo, con los ojos enrojecidos de rencor, y el desequilibrio provocado del abuso de alguna sustancia. Con el saludo distinguí que era alcohol. Ayudé a la señora a incorporarse y cuando finalmente lo logró, el tipo se abalanzó contra nosotros, por fortuna un traspiés evitó que nos impactara. Entre gritos insultantes y amenazadores me enteré que estaba interviniendo en una riña familiar.
El hombre tomó un objeto y amenazaba con lanzarlo contra alguno de nosotros; Sarita se escudó tras mis piernas al tiempo que aumentaba la intensidad de su llanto. Con los tamaños que proporciona el miedo lo enfrenté verbalmente, esperando que esto evitara la fuerza física. Algún bolo de azúcar debió inundar su mente, ya que pareció desfallecer y susurrando incongruencias logró mantenerse de pié y abandonar el departamento.
Auxilié a la mujer, intenté calmar a la niña y cuando consideré que ambas parecían un poco más tranquilas, me despedí, no sin antes aconsejarle a la madre que cerrara perfectamente la puerta de su casa y que a temprana hora diera parte a las autoridades de la agresión sufrida de parte de su cónyuge. Sarita de nueva cuenta se abrazó de mi pierna, le acaricié el rostro y le dije que no se preocupara, que las cosas ya estaban mejor, su rostro expresó una mueca, que parecía ser una sonrisa. Volví a casa, casi hora y media después y comenté con mi mujer lo sucedido, me agradeció por la actuación y ambos deseamos que ésta no generara algún tipo de problemas o incluso violencia por parte del padre la menor.
Un par de días más tarde, al volver a casa ví a la niña jugando frente al zaguán de su casa; me acerqué y la saludé. Justo cuando me volvía a mi casa escuche el llamado de su madre, quién me llamaba y decía querer mostrarme algo que no comprendí. Me acerqué hasta su departamento y un agradable olor a cocina me invadió. La señora me agradecía por mi anterior intervención y me obsequiaba un pastelillo, sin admitir evasivas; "ándele, que hoy es día del amor y de la amistad" a media frase descubrí algunos hematomas sobre los brazos y uno más en la sien, secuelas del nada amoroso enfrentamiento con su pareja. Entre avergonzado y sorprendido tomé el obsequio, le acepté también el abrazo y el beso en la mejilla.
Hoy me despertó Monik temprano, ya venía duchada y prácticamente arreglada para su intervención radiofónica. Le agradecí el beso despertador y sobre todo el compartir su vida conmigo. Y consecuentemente por la familia que hemos creado. Recibió la llamada de la radio y en tanto se concentraba en su tema, abandoné la cama y me metí a la ducha, el agua terminó por despertarme y ya con todos los sentidos y el intelecto en alerta me felicité por la fortuna de tener en mi vida a una Gran Mujer.
Sí, hoy Día Internacional de la Mujer, la felicitación fue para mi.
Mi vida a navegado por tres importantes mujeres; mi madre que me concibió y guió mis primeros pasos; mi abuela, que guardó el cariño que negó a sus demás nietos y me hizo depositario de el; y finalmente mi mujer, que me enseñado que la felicidad no es un lugar mítico.
Sin duda, una justa y bien ganada felicitación fue la mía el día de hoy.
Cuando la tarde se iniciaba el ritual de vestirse de noche, salí de casa para ir por Monik al consultorio y volvernos a casa a cenar la familia completa, me distrajo la voz de Sarita, su madre se encaminaba hacia mi con algo entre las manos. Esta vez era una gelatina, el motivo; "el día de la mujer."
Nuevas huellas de fieros combates mostraban sus brazos, y en su rostro había una muestra de desvanecidos colores que iban desde el azul oscuro al verde olivaceo; otras luchas, mismos escenarios...
Sin embargo su miraba destellaba emociones de festejos desconocidos.
Al regreso a casa reflexionábamos mi esposa y yo sobre éste día.
Me parece que en algunas sociedades donde medra el capital, la vieja receta sigue funcionando; Para desactivar la revolución, basta volverla moda.
El Día Internacional de la Mujer se ha sumado a las fechas impuestas por el consumo, como el día de la amistad, el día del niño, el día del taco, del padre, el día del compadre o de la familia, etc.
Olvidándose por completo del espíritu de lucha que sustenta éste evento. Olvidándonos cómodamente que tanto en Norteamérica como en México, la mujer, hace solo unas cuantas décadas ha logrado el status de ciudadana.
Se olvida que desde el estado mismo, en ambas sociedades, se ha ignorado su existencia jurídica, negándole el acceso a los derechos humanos. Se olvida que en la mayoría de sociedades orientales, e incluso en las sociedades rurales mexicanas, ahora mismo, la mujer no vale por si misma, sino por el dueño que la posee, sin tener el elemental derecho de mostrar su rostro, de alimentarse, de ganarse el sustento.
La religión inclusive las ha relegado al secundario papel de servidoras de los sacerdotes, independientemente del dios que pretendan representar.
Por "divina gracia", la mujer es mercancía de cambio, con menor valor que los animales de carga.
Hoy el "presidente" Calderón se ha "comprometido" a luchar con toda la fuerza del estado para acabar con la discriminación que la mujer sufre en todos los ámbitos, y promete hacerlo justamente con una medida antijurídica discriminatoria, sexista, contraria al derecho; proponiendo la penalidad de "cadena perpetua" a quien secuestre mujeres, niños o ancianos...
Hoy también fue día de discursos, de hombres condescendientes y de mujeres "notables" que olvidan que las mujeres importantes siguieron con el trajín de la diaria faena que permite que el mundo gire y la sociedad sobreviva con todo y sus mujeres "notables" y sus hombres condescendientes, tan llenos de fácil verborrea.
Detrás de cada discurso de las mujeres notables y de los hombres condescendientes, existen millones de mujeres que sufren y sustentan las arengas huecas de los atriles oficiales.
Con estas reflexiones, sumo mi apoyo al editorial de una publicación norteaméricana (The Economist) que afirma que los electrodomésticos han ayudado más a las mujeres que muchas feministas luchas.
Son éstas las razones y no otras por las que no caí en la moda de felicitar a las inteligentes, agudas, trabajadoras y bellas visitantes de éstos mis blogs.
Respetuosamente me felicito por tener tan importantes visitantes en éstos áridos eriales.